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Cuerpo – Obra

 

 ¿Qué es el mundo?

                                                                                                                                    Por Cristian Mauel Roldán - crolman23@hotmail.com

 

Pensar la cuestión de la Obra, remite a todas aquellas cuestiones que conforman y componen la misma. Vale decir, que la Obra, aquí a tratar es del movimiento danzado, del crear escénico.
Dicha Obra, proyecta un mapa de contenidos que se dibujan en los cuerpos de la escena. Estos cuerpos son presentados como signos, en el allí y entonces, en su aquí y ahora, con ese juego de la verdad frente al des-oculta-miento, es decir, aquello que plantee la Obra. 


La Obra como tal no existe. 


Existe en la medida, en el que el Artista pueda crearla, desobedecerle, apagarla, golpearla, llegando a arrebatar los más profundos pecados del propio ser, hecho cenizas en el ancho espectro que es su mundo. 
Ya nada es mundo si el Artista no es capaz de ello, de sacudir sus ideas, de correr junto a ellas en el abismo de la creación, de la representación infinita, intensa, fugaz, un ala. 


Vuelo bajo el espeluznante momento de crear Obra, de traer adelante.  


Pero vivimos engañados, creemos ¿qué el traer adelante no implica un llevar atrás? 


¡Si! Un llevar atrás de la Obra, del Artista, que se funde libidinosamente junto a ella, lo sobre pasa, lo comprime, lo exprime, lo reprime. 


¡Que Don tan maravilloso! 


Bajo este acontecer ¿cuál es la verdad del cuerpo que involucra la Obra? 


No existe límite. El propio límite es psíquico, arbitrario, seductor.  Por ello, los cuerpos testigos, 
esponjosos de nubes arrasantes en el mismísimo tornado, de pétalos caídos, tal vez, un espantapájaros. 
Estos cuerpos, deben creer al crear.  


Crear y creer.  


Ser un cuerpo lábil, poetizado, anhelado.  


Un cuerpo basura, inmundo y frágil. 


De modo que el cuerpo, ¿puede ser un utensilio frente a la Obra y al manejo del Artista?. Es refutable, en el sentido de que el cuerpo y los cuerpos pueden ser la tierra, el símbolo y la alegoría; pueden llevar impresa la Obra, sin ser advertidos de ello.  
Si estos cuerpos son Obra, por ende, el crear Obra, implique reunirlos, convocarlos, agruparlos. Sub-obras dentro de una gran Obra. 


Estas posibilidades implican reflexionar sobre la idea, de que, si un cuerpo es Obra, en todo momento, en todo espacio-tiempo suceden Obras. 


¿Qué lo hace distinto? ¿Acaso la Obra, solo sucede en los teatros a la italiana?. 


¿Quién lo determina? 


Estos Artistas, ¿para quienes crean Obra? Aquí, otras cuestiones del mismo asunto. 


El que crea, Artista, para quien está creando, donde están puestas las intenciones a la hora de pensar lo escénico. 


La infinidad de miradas es un entramado que facilita comprender, entender, y adentrarnos en la paradoja Obra- Artista, que se presenta como un quantum de deseos, justificativos, manifiestos, postulados, modos y formas de decir de cada Artista, de aquello que la Obra puede comunicar. 


Posiblemente, para cada quien, para cada Artista, los valores que le asignen a la Obra dependan del grado de vinculación con la misma y a partir de ahí, van generando diferentes lazos con el espacio a trabajar, los intérpretes, el contexto, la idea, el deseo y la proyección de todo ese mundo. 


No hay Obra, no hay Artista, sólo mundos encontrados, capaces de arribar al infinito de la verdad, de la esencia del ser, de todo lo mágico que conecta, allá y acá. 


El mundo, nos rodea. 


Rodea y presenta la Obra, que ya no existe. 


Existió. 


Solo queda que vuelva a nosotros. 


Referencias 
HEIDEGGER, MARTIN, El origen de la obra de arte. En: Caminos de bosque, Madrid, Alianza, 1996.

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